
El siglo XXI nos encuentra con una gran cantidad de información relacionada con la astronomía, la mayor parte de ella proveniente de los observatorios terrestres, del telescopio espacial Hubble y de las sondas espaciales, que nos permite obtener una imagen más acabada del sistema planetario en el que vivimos.
El Sistema Solar es un sistema
planetario que está ubicado en el tercer brazo de la galaxia espiral “Vía Láctea”, una de las cien mil millones
de galaxias que podemos observar en el universo físico con nuestra tecnología actual.
Está formado por una sola estrella, el Sol, que concentra el
99,85% de la masa del sistema, un conjunto de cuerpos que giran alrededor de la
misma, por el efecto gravitacional que ejerce su gran masa, y el espacio interplanetario comprendido entre ellos, que
contiene polvo y gas.
De los numerosos cuerpos que giran alrededor del Sol, gran
parte de la masa restante se concentra en ocho planetas (Mercurio, Venus,
Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) cuyas órbitas son aproximadamente
circulares y se encuentran dentro de un mismo plano llamado plano eclíptico. La
mayoría de estos planetas poseen un número variable de satélites naturales
orbitando alrededor de ellos. El número total asciende actualmente a 177,
aunque no se puede decir que sea un número acabado, ya que la búsqueda de
nuevas “lunas” continúa.
Además de los planetas y sus satélites naturales, existen
otros cuerpos más pequeños ubicados en diferentes regiones del sistema solar.
Así, encontramos cuerpos rocosos en el cinturón de asteroides, entre Marte y
Júpiter, y más allá de la órbita de Neptuno nos encontramos con el Cinturón de
Kuiper y el Disco disperso (que se cree es la fuente de los cometas de período
corto), dos regiones ricas en cuerpos helados formados por agua, amoníaco y
metano, principalmente. En este lugar encontramos cuatro planetas enanos llamados Haumea,
Makemake, Eris y Plutón, entre otros.
Adicionalmente a la decena de miles de cuerpos pequeños de
estas dos regiones, existen otros cuerpos poco ligados gravitacionalmente, como
cometas, centauros y polvo cósmico pertenecientes a la nube de Oort (que se
cree es la fuente de los cometas de período largo, como el cometa Halley), la
última frontera del sistema solar.
Estamos acostumbrados a representar nuestro sistema solar
mostrando al Sol como un punto estático, pero en realidad nuestra estrella se
mueve a 217,22 km/s alrededor del centro de la galaxia describiendo una
trayectoria helicoidal y con la eclíptica orientada de forma casi perpendicular
a su movimiento de traslación.
Esta imagen del sistema solar formado por cuerpos celestes
interactuando sólo gravitacionalmente es de una simplicidad extrema. La
principal razón es que solemos omitir un hecho fundamental: más del 99,85% de
la materia del sistema solar está en forma de plasma. Los plasmas inundan todo
el espacio y no hay ninguna región que pueda considerarse vacía. Sin ir más
lejos, el Sol es un plasma. Esto añade un elemento más al sistema solar que es
característico de los plasmas: los campos electromagnéticos, que ejercen fuerzas
39 órdenes de magnitud superiores a la de los campos gravitacionales.
De ahí, que la elección de un sistema moldeado solamente por
fuerzas gravitacionales por otro cuyos componentes interactúan gravitacional y
electromagnéticamente sea simplemente una cuestión psicológica, si se prioriza el
punto de vista descriptivo.
0 comentarios :
Publicar un comentario